10 Apr 2005

Para Noia

Nadie es normal porque normal no existe pero hay cosas que no son normales.
Una camisa, por ejemplo, es algo muy normal. Se conoce en todo el mundo, es ligera, es de algodón o no, puede ser barata y valer para ejercer trabajos durísimos o también servirle a una top model que gana un pastón por segundo y haber costado un pastón por segundo. Representa libertad, rebelión, sumisión, estándar, corrección, discreción, pull&bear, armani, simplemente normalidad, hostias en vinagre. Cuando era pequeño mi madre consiguió ponerme camisas y yo pobre ser babeante no podía defenderme ni darme cuenta de lo que me ponían. En la última foto en la que llevo una camisa puesta tengo 5 años. A partir de ese momento ya nadie en la faz de la tierra me pudo tocar con esa cosa. El tacto de esa tela fina, asquerosamente fina es insoportable. Qué mente pervertida ha podido engendrar cosa igual. Tiene tal cantidad de accesorios innecesarios y al mismo tiempo ridículos que me sorprende que su producción y venta sea rentable en un mundo sembrado de mentes normales. No puede ser. No debería existir. Se debería haber extinguido hace a tomar por culo. Tiene un pliegue en la espalda para poder arquearla con comodidad porque la tela es tan inelástica que parece que uno lleva una camisa de fuerza. Además unos puños con botones, que requieren de asistente personal para abrocharlos. Una vez abrochados, no hay cristo que se remangue. A sudar como cochinos o morirse de frío.
Y luego está el cuello. Esos trozos de trapo que cuelgan al son del viento a veces dominados por pequeños botones y que no sirven para nada más que para exhibir la mierda mezclada con sudor que tenga el sujeto en cuestión pegado al cuello ( y no nos desviemos al tema del sobaco) o ahogarlo con ayuda de otro complemento absurdo como es la corbata (la pronunciación de esta palabra me provoca náuseas). C O R B A T A. Para más INRI hay cuellos redondeados, como inutilizados por una lijadora, que parecen estar de moda entre los amputados cerebrales que trabajan en los programas basura. No entiendo tampoco por qué se abren las camisas por delante y por qué están llenas de botones. Ni el tiempo y la energía que se malgasta en PLANCHAR. Bueno ya está bien. Algunas veces me las pongo pero necesito concentrarme y aguantar como un campeón, como alguien con gastroenteritis y sin papel. Lo hago por personas que quiero. Pero acabarán erradicadas de mi armario y de los armarios del mundo por completo y en 200 años nos reiremos de esa cosa llamada camisa. Menos mal que tengo dos maravillosos amigos (Seb y Toni) que piensan igual que yo o con ímpetu todavía más fundamentalista, y que ayudan a no sentirme mal en este mundo de personas normales.

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